Había en un pueblo de la India
un hombre de gran santidad. A los aldeanos les parecía una persona
notable a la vez que extravagante. La verdad es que ese hombre les
llamaba la atención al mismo tiempo que los confundía. El caso es que le
pidieron que les predicase. El hombre, que siempre estaba en
disponibilidad para los demás, no dudó en aceptar. El día señalado para
la prédica, no obstante, tuvo la intuición de que la actitud de los
asistentes no era sincera y de que debían recibir una lección. Llegó el
momento de la charla y todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al
hombre santo confiados en pasar un buen rato a su costa. El maestro se
presentó ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó:
--Amigos, ¿saben de qué voy a hablarles?
--No -contestaron.