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viernes, 1 de febrero de 2013

Por una Pipa!


Había una vez un hombre muy pobre a quien arrestaron por robar una pipa vieja.

Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasó mucho tiempo sin que se le juzgara. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí. Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco astuto que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que le llevara ante el rey.

- ¿Y para qué quieres tú ver al rey? - le preguntó el carcelero.
- Porque tengo un tesoro muy valioso para él - respondió el preso.
Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.

- ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? - dijo el rey.

En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y mostró al monarca una semilla.
- Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que se la ofrezco a usted, que seguramente nunca habréis robado ni engañado a nadie - explicó el preso mientras hacía una reverencia.
- ¡Vaya! - exclamó el rey, que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre.

- Bien, que la plante vuestro canciller, entonces - dijo el preso.
- ¡Vaya! - exclamó también el canciller, que se dejaba corromper fácilmente.

- Que lo intente entonces el comandante del ejército real - propuso el preso.
- Pero yo no sirvo para jardinero - se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.

- Entonces que lo haga el juez - sugirió el preso.
Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.

Ante tantas negativas, el preso se puso a reír y dijo:
- Todos vosotros, aunque tengáis cargos importantes, robáis, mentís y engañáis y no por eso estáis en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado.

El rey también se rió y, ante tal argumento, ordenó que dejaran al preso en libertad.

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