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domingo, 3 de marzo de 2013

El Sol, la Luna y el Viento

El Sol, la Luna y el Viento, que eran hermanos, fueron invitados por sus tíos, el señor Trueno y la señora Relámpago, a un delicioso banquete. Los tres fueron muy contentos, pero su madre, una Estrella del firmamento, tuvo que quedarse sola en casa.

Cuando llegaron al hogar de sus tíos, los tres se quedaron maravillados con los exquisitos manjares que allí había preparados. Las mesas estaban llenas de deliciosa comida, así que no tardaron en sentarse y disfrutar de la fiesta. Comían ahora un poco de aquí y luego un poco de allí y cada plato era mejor que el anterior.


Pero mientras que el Viento y el Sol solo pensaron en comer todas las exquisiteces que les servían, sin acordarse ni un poco de su madre, la dulce Luna no la olvidó. Así que cada vez que les servían un nuevo y exquisito plato, la Luna escondía un poco debajo de sus largas y preciosas uñas para que su madre también pudiese participar más tarde en el banquete.

Cuando volvieron a casa, su madre, la Estrella, les preguntó:
- ¿Cómo les ha ido el banquete? ¿ls psaron  bien? ¿Qué metrajeron?
El Sol, que era el mayor, contestó primero:
- No te he traído nada. Al fin y al cabo he ido a la fiesta a divertirme, no a traerte comida.
A su madre no le gustó nada esa respuesta, pero esperó a que su segundo hijo, el Viento, también hablara:
- Yo tampoco te he traído nada. Con lo que me gusta comer dulces, ¿como esperas que me sobren para traerte?
La Estrella estaba cada vez más enfadada. Pero entonces la tierna Luna habló, alegrando el corazón de su madre:
- ¡Madre no te preocupes! ¡Mira lo que te he traído!-. La Luna tomo un plato y empezó agitar las manos. Entonces, los manjares más apetitosos aparecieron delante de todos.

La Estrella estaba contenta por lo que su hija menor había hecho, pero seguía enfadada con sus dos hijos mayores, así que decidió castigarles. Primero se dirigió al Sol:
- Hijo, como solo has pensado en divertirte y gozar de la buena comida, sin acordarte para nada de tu madre, que ha tenido que permanecer sola en casa, te castigaré con una maldición: de ahora en adelante todos tus rayos serán ardientes y abrasadores y quemaran todo lo que toquen. La gente te odiará y cubrirá sus cabezas cuando aparezcas en el cielo-. Como consecuencia de esta maldición el Sol es insoportablemente ardiente en la India.
Pero la Estrella todavía no había acabado y se dirigió a su segundo hijo, el Viento:
- Tú también te has olvidado de mí mientras te divertías. Por eso escucha lo que te va a pasar a partir de ahora: soplarás cuando el tiempo sea cálido y seco y todo lo que respira se marchitará. A partir de ahora la gente te despreciará y evitará -. Y por eso desde entonces el Viento indio es tan abrasador.
Por fin, se dirigió a la Luna, a quien habló con una sonrisa:
- Hija mía, tu has pensado en mí. Has compartido parte de las delicias que te han servido en el banquete conmigo y te estoy agradecida. A partir de ahora serás siempre tranquila y brillante. Tus rayos serán puros y no tendrán reflejos nocivos. La gente te bendecirá y quedará encantada con tu presencia-. Por ese motivo la Luna ilumina desde entonces todo el mundo con sus delicados y fríos rayos.


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