El
Sol, la Luna y el Viento, que eran hermanos, fueron invitados por sus
tíos, el señor Trueno y la señora Relámpago, a un delicioso banquete.
Los tres fueron muy contentos, pero su madre, una Estrella del
firmamento, tuvo que quedarse sola en casa.
Cuando llegaron al
hogar de sus tíos, los tres se quedaron maravillados con los exquisitos
manjares que allí había preparados. Las mesas estaban llenas de
deliciosa comida, así que no tardaron en sentarse y disfrutar de la
fiesta. Comían ahora un poco de aquí y luego un poco de allí y cada
plato era mejor que el anterior.
Pero mientras que el Viento y el
Sol solo pensaron en comer todas las exquisiteces que les servían, sin
acordarse ni un poco de su madre, la dulce Luna no la olvidó. Así que
cada vez que les servían un nuevo y exquisito plato, la Luna escondía un
poco debajo de sus largas y preciosas uñas para que su madre también
pudiese participar más tarde en el banquete.
Cuando volvieron a casa, su madre, la Estrella, les preguntó:
- ¿Cómo les ha ido el banquete? ¿ls psaron bien? ¿Qué metrajeron?
El Sol, que era el mayor, contestó primero:
- No te he traído nada. Al fin y al cabo he ido a la fiesta a divertirme, no a traerte comida.
A su madre no le gustó nada esa respuesta, pero esperó a que su segundo hijo, el Viento, también hablara:
- Yo tampoco te he traído nada. Con lo que me gusta comer dulces, ¿como esperas que me sobren para traerte?
La Estrella estaba cada vez más enfadada. Pero entonces la tierna Luna habló, alegrando el corazón de su madre:
-
¡Madre no te preocupes! ¡Mira lo que te he traído!-. La Luna tomo un
plato y empezó agitar las manos. Entonces, los manjares más apetitosos
aparecieron delante de todos.
La Estrella estaba contenta por lo
que su hija menor había hecho, pero seguía enfadada con sus dos hijos
mayores, así que decidió castigarles. Primero se dirigió al Sol:
-
Hijo, como solo has pensado en divertirte y gozar de la buena comida,
sin acordarte para nada de tu madre, que ha tenido que permanecer sola
en casa, te castigaré con una maldición: de ahora en adelante todos tus
rayos serán ardientes y abrasadores y quemaran todo lo que toquen. La
gente te odiará y cubrirá sus cabezas cuando aparezcas en el cielo-.
Como consecuencia de esta maldición el Sol es insoportablemente ardiente
en la India.
Pero la Estrella todavía no había acabado y se dirigió a su segundo hijo, el Viento:
-
Tú también te has olvidado de mí mientras te divertías. Por eso escucha
lo que te va a pasar a partir de ahora: soplarás cuando el tiempo sea
cálido y seco y todo lo que respira se marchitará. A partir de ahora la
gente te despreciará y evitará -. Y por eso desde entonces el Viento
indio es tan abrasador.
Por fin, se dirigió a la Luna, a quien habló con una sonrisa:
- Hija mía, tu has pensado en mí. Has compartido parte de las delicias
que te han servido en el banquete conmigo y te estoy agradecida. A
partir de ahora serás siempre tranquila y brillante. Tus rayos serán
puros y no tendrán reflejos nocivos. La gente te bendecirá y quedará
encantada con tu presencia-. Por ese motivo la Luna ilumina desde
entonces todo el mundo con sus delicados y fríos rayos.
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