Hace más de mil años, en
el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombre ciegos que pasaban
las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más
sabio.
Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las
historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre
ellos quién era el más imaginativo.
Así pues, cada tarde se
reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente
tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a
ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina, el
primero de los sabios adoptaba una actitud severa y empezaba a relatar
la historia que según él, había vivido aquel día. Mientras, los demás le
escuchaban entre incrédulos y fascinados, intentando imaginar las
escenas que éste les describía con gran detalle.
La historia
trataba del modo en que, viéndose libre de ocupaciones aquella mañana,
el sabio había decidido salir a dar una paseo por el bosque cercano a la
casa, y deleitarse con el cantar de las aves que alegres, silbaban sus
delicadas melodías. El sabio contó que, de pronto, en medio de una gran
sorpresa, se le había aparecido el Dios Krishna, que sumándose al cantar
de los pájaros, tocaba con maestría una bellísima melodía con su
flauta. Krishna al recibir los elogios del sabio, había decidido
premiarle con la sabiduría que, según él, le situaba por encima de los
demás hombres.
Cuando el primero de los sabios acabó su
historia, se puso en pie el segundo de los sabios, y poniéndose la mano
al pecho, anunció que hablaría del día en que había presenciado él mismo
la famosa Ave de Bulbul, con el plumaje rojo que cubre su pecho. Según
él, esto ocurrió cuando se hallaba oculto tras un árbol espiando a un
tigre que huía despavorido ante un puerco espín malhumorado. La escena
era tan cómica que el pecho del pájaro, al contemplarla, estalló de
tanto reír, y la sangre había teñido las plumas de su pecho de color
carmín.
Para poder estar a la altura de las anteriores historias,
el tercer sabio tosía y chasqueaba la lengua como si fuera un lagarto
tomando el sol, pegado a la cálida pared de barro de una cabaña. Después
de inspirarse de esta forma, el sabio pudo hablar horas y horas de los
tiempos de buen rey Vikra Maditya, que había salvado a su hijo de un
brahman y tomado como esposa a una bonita pero humilde campesina.
Al
acabar, fue el turno del cuarto sabio, después del quinto y finalmente
el sexto sabio se sumergió en su relato. De este modo los seis hombres
ciegos pasaban las horas más entretenidas y a la vez demostraban su
ingenio e inteligencia a los demás.
Sin embargo, llegó el día en
que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los
hombres, que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un
elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había
podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un
ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.
Tan pronto como
los primeros pájaros insinuaron su canto, con el sol aún a medio
levantarse, los seis ciegos tomaron al joven Dookiram como guía, y
puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía,
emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva
más profunda. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en
un claro luminoso, vieron a un gran elefante tumbado sobre su costado
apaciblemente. Mientras se acercaban el elefante se incorporó, pero
enseguida perdió interés y se preparó para degustar su desayuno de
frutas que ya había preparado.
Los seis sabios ciegos estaban
llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte.
Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera
forma del animal.
El primero de todos, el más decidido, se
abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin
embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el
suelo y chocara de frente con el costado del animal.
-¡Oh, hermanos míos! -exclamó- yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.
Llegó
el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con
las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en
seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por
encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.
-¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza...sin duda, ésta es!
El
resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que
ninguno se acababa de creer lo que los otros decían. El tercer ciego
empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente.
El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura
con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de
arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a
voluntad.
-Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como...como una larga serpiente.
Los
demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la
forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que
se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal,
que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio
prendió la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos, notando
cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo
dudas y exclamó:
-¡Ya lo tengo! - dijo el sabio lleno de alegría-
Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a
una vieja cuerda.
El quinto de los sabios tomó el relevo y se
acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al
alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y
dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:
-Ninguno
de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un
gran abanico plano - y cedió su turno al último de los sabios para que
lo comprobara por sí mismo.
El sexto sabio era el más viejo de
todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud,
apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan
doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la
barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.
-¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.
Ahora
todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera
del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha
así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la
senda que les conducía a su casa.
Otra vez sentados bajo la
palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos,
retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de
que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma
del elefante.
Seguramente todos los sabios tenían parte de
razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado
eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a
la imagen real del elefante.
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