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lunes, 25 de marzo de 2013

La liebre y el pez (cuento tailandés)

Había una vez un bosque hermoso que rodeaba un pequeño pueblo, donde vivía una liebre. Esta liebre iba a beber a menudo al río, donde nadaba alegremente un pececito.
Un buen día la liebre y el pez, que eran grandes amigos, se reunieron en la orilla del río, y comenzaron a charlar sobre los diferentes trucos que usaban para evitar ser cazados y cocinados a la sartén por los hombres.
El pez explicó que él, cuando los hombres lanzaban las redes a las aguas profundas, se ocultaba en las aguas superficiales, y cuando tiraban las redes en las aguas superficiales, se ocultaba en las profundas. Y listos.
Y la liebre dijo la suya. Explicó que ella, cuando los hombres cazaban en la colina cercana, se ocultaba en la colina lejana, y cuando cazaban en la colina lejana, se ocultaba en la cercana. Y listos.

Pero lo que ni la liebre ni el pez sabían es que un cazador paseaba cerca de ahí, y pudo escuchar toda la conversación, muy sonriente, agazapado tras unos matorrales.
A la mañana siguiente, el hombre corrió entusiasmado a juntar unos cuantos vecinos de los alrededores para ir a cazar liebres. Lo intentaron en la colina más lejana, y nada. Pero al desplazarse a la colina cercana, ¡sorpresa! Capturaron la liebre.
Esa misma mañana, fueron al río, y lanzaron sus redes a las profundidades. Al no conseguir nada, las lanzaron a la superficie y ¡sorpresa! Capturaron al pez!
Los llevaron al pueblo, y los expusieron en el patio. Tanto la liebre como el pez se quedaron muy, muy quietos, como si estuvieran muertos, mientras ideaban un plan para escapar. El pez saltó hasta llegar a un charco de lodo que había por ahí cerca, y al verlo, el cazador lo llevó al río para lavarlo. El pez aprovechó la ocasión y, con un salto increíble, cayó de nuevo al río, libre.
La libre, por su lado, intentó huir, mientras el hombre volvía a casa para cocinarla. Corrió y corrió tanto como sus patitas se lo permitieron y, con un salto increíble, se adentró al bosque, libre.
Eso sí, ni la liebre ni el pez volvieron a explicar sus secretos, jamás.

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