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martes, 19 de febrero de 2013

Issunboushi

Hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana, nació un niño muy pequeñito. Era tan pequeñito, que apenas era más alto que el dedo meñique de un adulto. A pesar de su estatura, sus padres estaban muy felices porque pensaban que ese niño tan pequeñito era un regalo de los dioses. Le pusieron de nombre Issunboushi. Era un niño que comía mucho y, aunque iban pasando los años, no crecía nada. Un día que salió a jugar al jardín se subió a un árbol muy alto y pudo ver a lo lejos un río y una montaña. Por la noche, mientras la familia cenaba, Issunboushi le preguntó a su padre:
- ¿Papá, hasta dónde llega el río?
-  Hasta el otro lado de la montaña - el padre le contestó.
- ¿Qué hay al otro lado de la montaña? –volvió a preguntar Issunboushi.
- Al otro lado de la montaña está la ciudad de Kyoto. Allí hay mucha gente y templos.
Al oír la respuesta de su padre, Issunboushi empezó a imaginarse la ciudad llena de gente, de templos, de nuevas experiencias… y de repente gritó “¡voy a ir a Kyoto!”. Su padre sorprendido se giró hacia él y le preguntó ¿estás seguro de lo que dices? Issunboushi, se puso de pie y repitió “¡Voy a ir a Kyoto y seré samurái!”

Sus padres al escucharlo trataron de hacer que cambiase de opinión, pero Issunboushi lo había decidido y nada ni nadie le haría cambiar de planes. Al ver su firmeza los padres aceptaron su decisión y le ayudaron a preparar el equipaje. Prepararon un tazón para que lo utilizara como bote para navegar por el río y unos palillos como remos. Su madre le entregó su aguja de coser, herencia de su abuela, para que la utilizara como espada. Así Issunboushi empezó su viaje hacia la ciudad. Le esperaban muchos peligros a lo largo del camino hacia Kyoto pero él se dijo “¡Venceré sin falta! ¡Voy a realizar mi sueño!” Tardó tres días, pero finalmente llegó a la ciudad con vida. Impaciente, empezó a buscar castillos donde le enseñaran las técnicas samuráis. Se presentó delante de diferentes señores feudales pero todos le negaron la entrada por su estatura. Desesperado lo intentó en el último castillo, el más grande y poderoso de la ciudad. Se entrevistó con el dueño del castillo, quien se rió al escuchar el sueño de Issunboushi, pero accedió a su solicitud al escuchar la determinación y la valentía de sus palabras.
En ese castillo tan grande de altos muros impenetrables, vivía una hermosa princesa llamada Haruhime, hija de aquel señor feudal. En esa época unos demonios estaban robando y destrozando tiendas y casas por toda la ciudad. Nadie se atrevía a enfrentarse a ellos porque eran muy malvados.

Un día Issunboushi escuchó la noticia de que la princesa iría al templo de Kiyomizu, y que su padre estaba reclutando a los mejores samuráis para protegerla de esos temidos demonios. Issunboushi se ofreció a ir con ellos, el señor feudal aceptó pensando que así se cansaría de la idea de querer ser samurái.
A medio camino del templo se encontraron con dos demonios, todos los samuráis huyeron aterrorizados pero sólo uno permaneció al lado de la princesa. Issunboushi se colocó delante de la princesa y le dijo al demonio: “¡tu contrincante soy yo!”. El demonio al verlo se puso a reír y se lo comió de un bocado. El demonio se acercó a la princesa para comérsela cuando le empezó a doler mucho la barriga. Tanto, que se cayó al suelo del dolor, se puso las manos en el vientre y empezó a gritar: “¡no, no lo hagas!” Issunboushi le estaba clavando la aguja en la panza mientras gritaba “¡pararé cuando prometáis no hacer mas fechorías!” el demonio contestó rápidamente llorando de dolor  “¡Nunca más lo haremos!” E Issunboushi salió del interior del demonio y éste huyó corriendo. La princesa Haruhime, asombrada de la valentía y fuerza de ese pequeño samurái, le dijo “Muchas gracias por todo. Te debo la vida”. En ese momento la princesa vio un objeto en el suelo que se había dejado el demonio, era el martillo de los deseos.
-Esto es Uchide No Kozuchi, con esto podrás cumplir tus deseos. ¿Qué deseas? - le preguntó la princesa.
- Deseo una constitución física fuerte. -Issunboushi contestó.
La princesa agitó Uchide No Kozuchi y dijo: “¡Ten una constitución fuerte!”. Y, de repente, los brazos, las piernas, el torso de Issunboushi empezó a crecer hasta convertirse en uno de los hombres más altos y fuertes de todo Japón. Al llegar al castillo el señor feudal lo ascendió hasta la más alta posición de la orden samurái y le ofreció a su hija como esposa.

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