Cierto día el emperador Gofukakusa en Kyoto convocó a Genno, un monje muy culto y piadoso, con el encargo de liberar una roca llamada Sesshoseki[1] en Nasu, de la provincia de Shimotsuke [2], del maleficio de quitar la vida a todo ser que la tocara.
Intrigado por una orden tan peculiar, Genno viajó desde Kamakura para acudir a presencia de Gofukakusa, aceptando de inmediato después de que le contara una extraña historia, que comenzó un siglo atrás en esa misma corte imperial.
En los últimos tiempos habían estado ocurriendo extraños sucesos, aunque fueron esporádicos y nadie les concedió mucha importancia. Pero cierta noche veraniega de 1142, en una fiesta de la corte, mientras todos disfrutaban de manjares delicados y el sake corría en abundancia al son de la música y las canciones, el palacio tembló, las luces se apagaron y los asombrados invitados escucharon unos sonidos espeluznantes.
Entonces, del cuerpo de la favorita del emperador, la joven y hermosa Tamamo, brotaron unas llamas en forma de halo que iluminaron la sala con su luz dorada, y en el acto el emperador cayó sin sentido.
Como los médicos fueron incapaces de diagnosticar la dolencia, llamaron apresuradamente al adivino de la corte que acusó a Tamamo de ser un espíritu maligno.
Sólo hubo pronunciado estas palabras cuando la doncella, con un aullido salvaje, tomo la forma de una zorra y salió disparada, perdiéndose en la noche.
Al día siguiente, los arqueros de palacio fueron en pos de ella y, tras muchas horas de viaje, por fin la encontraron en la llanura de Nasu, donde Ie dieron caza. Pero el espíritu de la zorra muerta se transformó en una gran roca de color gris oscuro, con el misterioso poder de atraer a hombres, aves y animales del bosque, que caían fulminados al más leve contacto. Y tuvo que transcurrir un siglo, y extenderse la nefasta fama del lugar hasta la capital, para que el emperador decidiera tomar alguna medida para acabar con la maldición.
Cuando Genno llego al lugar, se quedó horrorizando: allí se amontonaban los huesos, blanqueados por la intemperie, de innumerables hombres y animales, junto a cuerpos que habían tenido vida muy poco tiempo atrás.
Enseguida preparó ofrendas de flores, agua clara e incienso y comenzó sus oraciones. Al terminar de recitar una larga letanía de sutras, con su bastón tocó la roca, que se deshizo en fragmentos, dejando escapar al perverso espíritu.
Aquella misma noche, un ser celestial se apareció entre sueños a Genno y Ie agradeció el haberle liberado del karma funesto que lo aprisionaba, permitiéndole así entrar en el paraíso.
De regreso, Genno se llevó uno de los pedazos de esa roca que se conserva aun en Kaizoji, el templo fundando por el monje entre las agrestes colinas del norte de Ka¬makura.
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