Tiempo atrás vivió un hombre llamado Hailibu, como se ocupaba de la caza todos lo conocían como “el cazador Hailibu”. Como siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, nunca disfrutaba solo de las cosas que cazaba sino que las repartía, por lo cual se había ganado el respeto de todo el mundo.
Un día que fue a cazar a la profundidad de la montaña, divisó entre la espesura del bosque una serpiente blanca que dormía enrollada bajo un árbol. El hombre dio un rodeo, pisando suavemente para no despertarla. De súbito bajó del cielo una grulla gris que atrapó a la serpiente con sus garras y volvió a emprender vuelo. La serpiente se despertó sobresaltada gritando: ¡socorro!, ¡socorro! Hailibu aprontó su arco y su flecha y le apuntó a la grulla que iba subiendo hacia la cima de la montaña. El ave perdió a la serpiente y huyó.
- Pobre pequeñita, ve rápido a buscar a tus padres. – Le dijo el cazador al reptil. Este asintió con la cabeza, expresó las gracias y se perdió entre los arbustos mientras Hailibu recogía su arco y las flechas para retornar también al hogar.
Al día siguiente, cuando Hailibu pasaba justamente por el mismo sitio de la víspera varias serpientes que rodeaban a la blanca salieron a recibirlo. Asombrado, estaba pensando en dar un rodeo cuando la serpiente blanca le habló:
- ¿Cómo está, mi salvador? Tal vez no me conozca, yo soy la hija del rey dragón. Ayer usted me salvó la vida y hoy mis padres me han ordenado que venga especialmente a recibirle para acompañarle a mi casa, donde le darán las gracias en persona. Cuando llegue allá – continuó – no acepte nada de lo que le ofrezcan mis padres, pero pida la piedra de jade que lleva mi padre en la boca. Si Ud. se pone esa piedra en la boca podrá entender todos los idiomas de los animales que hay en el mundo. Sin embargo, lo que usted escuche no podrá comentárselo a nadie más. Si lo hiciera, se convertiría en una piedra.
Hailibu asintió, siguiendo a la serpiente hasta la profundidad del valle donde el frío iba creciendo a cada paso. Cuando llegaron a la puerta de un depósito la serpiente dijo:
- Mis padres no pueden invitarlo a pasar a la casa, lo recibirán aquí.
Y justo cuando estaba explicando esto el viejo dragón apareció y le dijo muy respetuosamente:
- Usted ha salvado a mi querida hija y yo se lo agradezco sinceramente. En este depósito se guardan muchos tesoros, usted puede tomar lo que desee sin ningún cumplido. – Y dicho esto abrió la puerta instando a Hailibu para que entrara; el cazador notó que estaba repleto de tesoros. Una vez que terminaron de ver este lugar, el viejo dragón acompañó a Hailibu a visitar otro, y así recorrieron ciento ocho; a pesar de ello, Hailibu no se decidió por cosa alguna.
- Buen hombre, ¿ninguno de estos tesoros te place? – preguntó el viejo dragón con un poco de embarazo.
- A pesar de que son muy buenos sólo se pueden utilizar como hermosos adornos pero no tienen utilidad para mí que soy un cazador. Si el rey dragón desea realmente dejarme algo como recuerdo le ruego que me entregue ese jade que tiene en su boca.
El rey dragón se quedó absorto un momento; no le quedaba más remedio que escupir, con mucho dolor, la piedra que tenía en su boca y dársela a Hailibu.
Después de que el cazador se despidió saliendo con la piedra en su poder la serpiente blanca lo siguió y le recomendó repetidas veces:
- Con esta piedra podrá enterarse de todo. Pero no puede decirle a nadie ni palabra de lo que sepa. Si lo hace se encontrará en peligro. Por nada del mundo se olvide de ello.
Desde entonces Hailibu lograba cazar muy fácilmente. Podía entender el lenguaje de las aves y las bestias y de este modo saber qué animales había al otro lado de la gran montaña. Así pasaron muchos años hasta que un día que llegó cazar al lugar escuchó que unos pájaros decían:
- Vayamos pronto a otro sitio. Mañana se va a derrumbar la montaña y el agua correrá a torrentes inundándolo todo. ¡Quién sabe cuántos animales morirán!
Hailibu se quedó muy preocupado; sin ánimo ya para cazar regresó de inmediato y le anunció a todos:
- ¡Mudémonos a otro sitio! En este lugar ya no se puede vivir más. ¡Quien no lo crea después no tendrá tiempo para arrepentirse!
Los demás se quedaron muy extrañados. Algunos creían que aquello era imposible, otros, que Hailibu se había vuelto loco. En resumen, nadie le creía.
- ¿Acaso esperan a que yo muera para creerme? – preguntó Hailibu llorando de los nervios.
- Tú nunca nos has mentido – opinaron unos ancianos – y eso lo sabemos todos. Pero ahora dices que aquí ya no se puede vivir más. ¿En qué te basas? Te rogamos que hables claro.
Hailibu pensó: “Se aproxima la catástrofe, ¿cómo puedo pensar en mí mismo y permitir que todos los otros sufran la desgracia? Prefiero sacrificarme para salvar a los demás.”
Relató pues cómo había obtenido la piedra de jade, de qué modo la utilizaba para cazar, la forma en que se había enterado de la catástrofe que iba a sobrevenir por boca de los pájaros y por último el porqué no podía contarles a los demás lo que escuchaba de los animales: se convertiría en piedra muerta. Al tiempo que hablaba Hailibu se iba transformando y poco a poco se fue haciendo piedra. Tan pronto la gente vio aquello se apresuró a mudarse, con mucho dolor, llevándose a sus animales. Entonces las nubes formaron un espeso manto y comenzó a caer una torrencial lluvia. En la madrugada siguiente se escuchó en medio de los truenos un estruendo que hizo temblar la tierra y la montaña se derrumbó mientras el agua fluía a borbotones.
- ¡Si Hailibu no se hubiera sacrificado por nosotros ya habríamos muerto ahogados! – exclamó el pueblo emocionado.
Más tarde, buscaron la piedra en que se había convertido Hailibu y la colocaron en la cima de la montaña, para que los hijos y los nietos y los nietos de los nietos recordaran al héroe Hailibu que ofrendó su vida por todos. Y dicen que hoy en día existe un lugar que se llama “La piedra Hailibu”.
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