Me Gusta!

martes, 14 de mayo de 2013

El ciego y el jorobado


El ciego y el jorobado eran dos de las personas más pobres del lugar, 
pero como eran muy buenos amigos, compartían casa para no tener 
tantos gastos. Y, con el tiempo,  acabaron por complementarse de 
maravilla. Cuando salían a pasear, por ejemplo, el jorobado guiaba al 
ciego y el de- go ayudaba a caminar al jorobado. Y lo mismo sucedía 
en casa. Mientras el jorobado hacía collares y pulseras artesanales 
que luego vendía en la parada del mercado, el ciego se encargaba de 
todos los trabajos de la casa: limpiaba, lavaba la ropa, cocinaba y 
todo lo demás. 

Así vivieron unos cuantos años. El jorobado iba ahorrando lo que 
ganaba con sus ventas y el ciego iba manteniendo la casa limpia y 
ordenada. Se puede decir que los dos  amigos convivían en perfecta 
armonía. 
Pero un día el jorobado pensó:  ”Estoy envejeciendo, no podré 
trabajar mucho más. Pierdo la vista y mis dedos no son tan ágiles 
como antes”. 
Y entonces se preguntó: “¿Qué voy a hacer con el dinero que he 
ahorrado en todos estos años? ¿Por qué tengo que compartirlo con el 
ciego si he sido yo quien lo ha ganado? Este dinero tendría que ser 
sólo para mí. Aunque también es verdad que el ciego es amigo mío y 
por eso debería compartirlo con él... No sé qué hacer...”. 
El jorobado no paraba de darle vueltas y vueltas al tema. 
Hasta que una tarde, al llegar a casa, le dijo al ciego; 
—Viniendo hacia aquí he pasado por el mercado y he comprado un 
pescado fresquísimo. Pero resulta que me ha salido un compromiso 
de última hora y mañana no podré quedarme a comer. Aunque eso 
no es problema, amigo mío, ya que puedes comértelo tu, que a mí lo 
que me hace feliz es saber que serás tú quien lo va a disfrutar. 
—Caramba, muchas gracias —le respondió el ciego—. Me lo cocinaré 
con verduritas a la cazuela mañana para comer. 
Al día siguiente, el ciego se levantó de muy buen humor. No pasaba 
todos los días que uno podía comer un buen pescado. Dedicó la 
mañana a hacer las tareas domésticas y, hacia el mediodía, comenzó 
a prepararlo. 
Lo primero que hizo fue ponerla olla al fuego, luego tiró un chorrito 
de aceite y después unas cuantas verduritas del huerto. Y esperó un 
poco a que estuvieran bien doraditas antes de poner el pescado. 
— ¡Esto va a estar riquísimo! —exclamó mientras dejaba la olla al 
fuego haciendo chup-chup. 

Pero pocos minutos después, cuando estaba poniendo la mesa, el 
ciego empezó a notar un olor realmente extraño. 
— ¿Qué es este olor tan raro?  —Se preguntó mientras intentaba 
localizarlo abriendo y cerrando las aletas de la nariz—. ¿De dónde 
vendrá? 
El ciego metió las narices por todos los rincones de la casa sin acabar 
de localizarlo. Mientras, dolor se hacía cada vez más insoportable. 
Tras recorrer todas las habitaciones, el ciego entró en la cocina y 
comprobó con sorpresa que el mal olor salía del interior de la casuela. 
— ¿Qué cosa más rara? —Dijo toda vez que ponía la nariz justo 
encima de la olla—. Sí, sí, no hay duda, el olor sale de aquí 
El ciego acercó la nariz cada vez más sin poder ver que la cazuela 
soltaba una espesa humareda. Y tanto la acercó que acabó por 
entrarle en los ojos. ¡Bueno, no veas cómo picaba! Al pobre hombre 
le caían mejillas abajo unos lagrimones enormes. Pero lo que nunca 
se pudo imaginar es que, cuando logró abrirlos de nuevo, sus ojos 
volvían a ver. 
— ¡Veo!—gritaba loco de alegría. 
Ya lo creo que podía ver. Aunque lo primero que vio no le gustó 
nada; descubrió que dentro de la cazuela no había pescado fresco 
sino que lo que había eran serpientes venenosas. 
Inmediatamente se dio cuenta de todo: el jorobado había intentado 
envenenarle. Pero pensó que también había conseguido hacerle un 
gran bien ayudándole a recuperar la visión. 
— ¿Y ahora qué hago? —se preguntó—. Porque es cierto que el 
jorobado ha intentado matarme, pero también es cierto que gracias a 
ello mis ojos pueden volver a ver. 
Al final pudo más el enfado que la alegría y el ciego decidió vengarse. 
Pilló el bastón más grueso que tenía y se escondió en el rincón más 
oscuro a la espera de que el jorobado regresara a casa. 
El jorobado llegó cuando ya ende noche. Abrió la puerta y entró en la 
casa con pies de plomo, ya que no sabía qué se iba a encontrar. 
— Hola, ¿hay alguien en casa? –preguntó cuando llegó al comedor. 
Al oírlo, el ciego abandonó su escondite y le pegó tal bastonazo en la 
espalda que el jorobado se puso recto de repente. 
— ¡Mi joroba ha desaparecido!—exclamó llorando de alegría—. ¡Mi 
espalda está recta ¡Gracias, gracias! 
Los dos amigos habían intentado hacerse daño el uno al otro; pero lo 
único que habían conseguido era  hacerse un favor mutuamente. El 
ciego había recuperado la vista y el jorobado había perdido la joroba. 

Aquella misma madrugada, los  dos amigos se sinceraran 
explicándose todos sus sentimientos. Se pidieron perdón una y mil 
veces prometiéndose que nunca más intentarían hacerse daño, Y así 
fue cómo el ciego y el jorobado siguieron viviendo juntos en aquella 
casa hasta el fin de sus días. Pero lo más importante que 
consiguieron es que su amistad fuera más fuerte cada día. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...