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miércoles, 25 de abril de 2012

La zorra de nueve colas. Gumiho!


 Había una vez un joven campesino pobre y de buen corazón que vivía solo con su anciana madre en una choza retirada del bosque. Un día caluroso de verano, la anciana expresó el deseo de comer unos fideos fríos en horchata de soja. Como hacía falta hielo para preparar el plato, el joven salió a recorrer la aldea en su búsqueda. Unos muchachos, para burlarse de su deseo de encontrar hielo en pleno verano, le dijeron que se fuera a un recóndito valle de las inmediaciones al que todos evitaban porque decían que vivían fantasmas y espíritus malignos.
De todos modos, dispuesto a satisfacer el deseo de su madre a toda costa, el joven se dirigió al valle. Llegó cuando era noche cerrada y la luna llena brillaba con toda su luz. En un claro del bosque vio una escena que le heló la sangre. Una zorra de nueve colas le estaba arrancando con sus mandíbulas el hígado palpitante a un hombre que aún estaba vivo y trataba de defenderse. La escena era tan cruenta que no pudo evitar lanzar un grito. Descubierta, la zorra de nueve colas avanzó hacia él en actitud amenazante. El joven se arrodilló y, juntando suplicante las dos manos, le explicó que había venido al valle en busca de hielo para prepararle a su madre un cuenco de fideos fríos. Conmovida por el amor filial del joven, la zorra lo dejó ir, pero antes le hizo jurar solemnemente que jamás le contaría a nadie lo que había visto aquella noche.
Pasó el tiempo y un día apareció una joven mujer en la solitaria choza donde vivían el joven y su anciana madre. La mujer se quedó a vivir con ellos y poco después contrajo matrimonio con el joven. La joven pareja era muy feliz, pero eran tan pobres que cuando ella dio a luz a su primera hija, su marido no pudo prepararle siquiera un plato de sopa de algas. Cuando tuvieron a su segunda hija, crecieron las preocupaciones y la mujer comenzó a comportarse de manera extraña. Todas las noches, cuando todos dormían, la esposa desaparecía hasta la madrugada y a veces volvía con unas extrañas perlas de gran valor. Vendiéndolas en el mercado, la familia no sólo consiguió escapar del hambre sino que poco a poco la abundancia se instaló en la casa. Aunque el joven estaba intrigado por la procedencia de las perlas, prefirió no preguntar y hacer la vista gorda ante las desapariciones nocturnas de su mujer. Con el tiempo llegó a exigirle que trajera más y más perlas. Una mañana su esposa volvió con una herida de flecha en el costado que casi le cuesta la vida. Arrepentido de su proceder, el joven la curó con amoroso cuidado. Para entretenerla durante su convalescencia, le contó que diez años atrás había visto a la zorra de nueve colas comiendo el hígado de un hombre. No bien terminó de hablar, su mujer lanzó un grito desgarrador y se transformó ante los ojos del joven en nada menos que la mismísima zorra de nueve colas. Con la voz ahogada de furia, la zorra le dijo: “Mañana se cumplen diez años de conocernos. ¡Si hubieras guardado tu juramento hasta mañana en que se cumplen diez años de nuestro encuentro, me habría convertido definitivamente en mujer, pero tú lo has echado todo a perder!” No bien terminó de decir esto, tomó a sus dos hijas en sus brazos y derramando gruesas lágrimas de desconsuelo, desapareció para siempre en el aire.
Así termina este cuento, que es sólo uno de los tantos que existen en Corea sobre la zorra de nueve colas. Según el folklore popular, cuando las zorras llegan a vivir mil años, les salen nueve colas y adquieren poderes sobrenaturales. Uno de ellos es poder transformarse a su antojo en mujeres. Por lo general, se asientan en casas abandonadas y atraen con su extraordinaria belleza a los hombres que se atreven a internarse solos por el bosque. Una vez que consuman la relación sexual con el hombre que ha caído en sus redes, vuelven a su aspecto de monstruo horripilante y le arrancan el hígado para comérselo a mordiscos. Lo hacen no tanto por una crueldad innata sino porque comiendo cien hígados frescos de hombre alcanzarán su mayor deseo en la vida, que es el de convertirse en mujeres de carne y hueso. Otro modo, menos sangrieto, pero mucho más difícil –casi imposible diría yo- es conseguir que un hombre las ame durante diez años seguidos, que es el caso de nuestro cuento.

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